(Reedición)
En el Parador… me correspondió… alojarme en la
“Sala Dorada” del Alcázar, una amplia y regia habitación en la que don Lorenzo
Suárez de Figueroa gustó soñar o
protestar ambiciones, cortes y amores en su siglo xv, protegido por el muy prepotente
don Juan el segundo. La estancia, habilitada respetuosamente para el turismo,
conservaba las muestras de un poder fugado con el tiempo que se exponía en la
riqueza heráldica del techo. Atravesando el adosado cuarto de baño, en uno de
sus extremos se ofrecía una vulgar puerta de doble hoja, encasquillada por mal
uso, que concedía acceso a una amplísima terraza colindante con uno de los
torreones del Alcázar…
(“El manuscrito sellado” -Antonio Prieto; Seix Barral-)
Detalle del Patio del Parador de Zafra |
Cuando
la última vez que me alojé en el Parador de Zafra, ese Alcázar del “Duque de
Feria” construido en el siglo XV y rehabilitado para su posterior apertura como
Parador de Turismo en el año 1968, en cuya Sala Dorada, no hace mucho escribiera
el premio Planeta Antonio Prieto, otra novela suya: “El Manuscrito sellado”, que se inspira
y desarrolla en ese querido castillo, alguien más que yo, y mi cónyuge, sabía
que, tan solo dos años antes, en el mes de agosto había reiniciado, porque
pillaba de camino, y por sorpresa una larga ruta personal de Paradores, que
había quedado interrumpida de forma drástica y dolorosa en el año 1986 en un
edificio mucho más moderno, el Parador de Nerja.
De
forma dolorosa, drástica y, pensaba yo, definitiva hasta que el día 14 de
agosto de 2009, a la vuelta de Rosal de la Frontera (Huelva), también por
cuestiones literarias, mi compañero de viaje me situara en la puerta del
Castillo de Zafra, y me dijera: “aquí
vamos a dormir esta noche”.
Zafra,
esa hermosísima localidad pacense, conocida popularmente como “la Sevilla
chica”, ya fue descubierta hace muchos siglos; ya la estudié yo siglos después en
mi libro de Geografía S.M. en mi Bachillerato Plan 1952; ya aprobé, gracias a
Zafra, esa asignatura en la Reválida de 6º cuando unos señores muy serios en el
Instituto Cardenal Cisneros de Madrid, mi tierra, subidos en un estrado de
madera, que para mí era un cadalso veraniego, me dijeran “háblenos usted de Badajoz, Zafra, y su agricultura y ganadería…”; y
ya está considerada como uno de los destinos extremeños de preferencia, como
para que yo no aspire a descubrírosla ahora aquí.
Porque
estaba muy descubierta, y para bien, el Parador estaba abarrotado aquel mes de
agosto de 2009 (y eso que todavía no había sido elegido entre los cincuenta
mejores hoteles del Mundo), y mi gran afición por las habitaciones con vistas
no pudo ser satisfecha. Me correspondió una preciosa habitación, inmensa
habitación, pues otro reconocimiento del que disfruta ese ya legendario en mi
vida Parador, es el de “Hotel Habitaciones Grandes”, pero su gran ventanal y su
artística reja daban frente por frente, y al mismo nivel, con el lugar donde
deben aparcarse algunos vehículos. No fue ese obstáculo alguno para que el
recuerdo que me quedó de aquella estancia en el Alcázar fuera una de los
mejores de mi vida.
Pero
cuando esta vez de la que os escribo nos alojamos de nuevo en el Parador de
Zafra, para conmemorar ese reencuentro con mis queridas Casas, alguien más sabía
de mi felicidad en el Castillo hacía dos años; de mi vocación por las
habitaciones con vistas, y que desde ese mismo Alcázar, tras muchos años de
silencio, había reiniciado una ruta personal que ya me había llevado a asomarme
a distintos y hermosos paisajes de España desde las ventanas, los balcones y
las terrazas de numerosas habitaciones de la Red de Paradores de Turismo. Por ello, ya con cara de gozo,
nos recibió uno de esos trabajadores que desempeñan tan eficaz y amablemente
las recepciones de estos queridos establecimientos, un hombre simpático,
empático y profesional, dotado de ese bonito acento que me cala tanto como la
Plaza Chica, que me dijo que la habitación me iba a gustar mucho, que tenía “unas bonitas vistas”, y sonrió.
Yo
me quedé extrañado y agradecido. Agradecido porque siempre que me sonríen lo hago,
y extrañado porque la habitación en la que yo pensaba que iba a vivir, tenía
una espléndida terraza que daba a la piscina del Parador.
Nos
inscribió con alegría y diligencia, cogió mi gran bolsa de viaje, y en un
momento me encontré de nuevo recorriendo el claustro, los tres y el equipaje en
el ascensor, y ante la puerta de una habitación situada, aparentemente, de
forma muy distinta a mi habitación de 2009.
Terraza de la habitación "Sala Dorada" |
Al
ser abierta por nuestro acompañante, ya pude ver un recibidor de considerables
dimensiones, una puerta a la izquierda, y otra enfrente que conducía al cuarto
de baño. Prácticamente sin pasar por la habitación, casi sin dejar la pesada
bolsa, nuestro amigo se encamino al baño ante mi perplejidad, y nos invitó a
seguirle. Aún más, llegó al final del mismo, a ese apartadito con puerta de
cristal donde, en no pocos Paradores, se aloja el inodoro frente al bidet. Y ahí,
apretada, como un tercer elemento, subiendo dos escalones, se hallaba una
puerta que tras unos visillos dejaba ver todo el sol y la luz de Zafra.
Una
vez traspasada nos encontramos en la terraza más grande que jamás haya
disfrutado en un Parador. En ella se encontraban dos de los torreones del
precioso Castillo, una bonita mesa baja oval, de forja, dos preciosas tumbonas
a juego, otra mesa velador, también de
forja, con una sombrilla, dos sillas más, el tremendo ventanal, y la reja más
grande y más artística que haya contemplado nunca en una de mis queridas Casas…
Pero
todo eso pude apreciarlo luego, porque lo único que pude ver al lado de la
persona que nos acompañaba, era que a nuestros pies se encontraba la preciosa
Plaza donde se halla la fachada principal del Alcázar, y en línea horizontal con
nuestros ojos toda Zafra con sus torres, sus casas, sus plazas, su cielo, su horizonte…
En
esos casos, cuando la sorpresa y la emoción me exceden, me sucede como cuando
los Reyes Magos, de pequeño, me traían cosas, o me hacen regalos ahora de mayor,
noto una auto represión antigua, educacional, infantil, sobre mis sentimientos.
Tengo la sensación de que esto me hiciera
parecer en ese momento poco agradecido, poco sorprendido… ¡pero es que si
hablo, lloro, y me echo en los brazos de mi amigo de la Recepción, y nos acabábamos
de conocer!
Elegantemente,
con la satisfacción del trabajo bien hecho, y la sorpresa bien dada -cuarto de
baño incluido- nos dejó la llave, no sin
antes encender en la habitación unos reflectores especialmente orientados hacia
el techo… Entonces caí, ¡Estábamos en la Sala Dorada del Parador de Zafra!
En
ocasiones de menor exigencia emocional en mi encuentro con mis queridas Casas,
no sé muy bien en qué orden quiero hacer las cosas. Si recorrer la habitación,
si mirar en los armarios, si sentarme en la terraza, si “customizar” el lugar
donde voy a vivir -pues por muy ilustres personalidades que lo hayan habitado
antes, me gusta sentirlo mi casa- si comerme el bombón que me toca, si ponerme
a sacar fotos, si hacer videos para que nunca -nunca ¡que tonto!- se me olvide el
lugar…
En
esta ocasión me debatía, además, en si tirarme al suelo boca arriba para dejar
la vista pegada al techo iluminado, o si salir a la terraza a encadenarme a la
reja para toda la vida.
Afortunadamente,
mi ruta hace tres años fue reiniciada por un hombre sereno, que me conoce desde
hace diecisiete tan profundamente como me ama, y ejerce de “tranquimazón”
circunstancial en estos casos. En, este descubriendo unos espléndidos cojines
cuidadosamente guardados en los grandes armarios, que debían ser puestos en el mobiliario
de la terraza, poniéndolos, haciéndome observar la diferencia de los bordados
de las “P” de los dos albornoces, enseñándome el tríptico que coleccionamos,
mirando a ver de qué marca es el agua mineral con gas del mini bar, en fin
“cosas menores” mientras me relajo.
La
Sala Dorada del Castillo del Duque de Feria, además de con ese inolvidable techo
policromado, cuenta con tres mesas de espléndida madera, cuatro sillones, una
“chaise-longue”, no recuerdo cuantas lámparas, preciosos y numerosos cuadros, etc.
Es un paraíso en ese otro que para mí es “Paradores”. ¡Ya tiene que poseer
tirón Zafra para arrancarme a mí de esa “suite” y esa terraza, y me arranca ¡Si
mis catedráticos de bachillerato del Cisneros me viesen ahora aprender historia
de tan buen grado, y comerme la agricultura y la ganadería con tantas ganas!
"Sala Dorada" (Parador de Zafra) |
Hay
muchos y variados motivos para volver a hablar de esta ciudad, de este Parador,
de esta habitación en la que los días eran hermosos y las noches inenarrables. En
la que no encontraba hora para meterme en la cama ¡y eso que era la mejor manera
de contemplar el precioso techo!
Pero
es que en su inmensa terraza, corría el fresco nocturno de Zafra, tan ansiado
por sus habitantes, y se oían muchas cosas, mucha vida. Como cuenta Antonio
Prieto en su novela, se oía a la parte más joven de Extremadura, que se sentaba
en la Plaza a socializar, y yo añado otra parte de juventud que se pegaba con
sus portátiles a la fachada del Castillo para recoger el wi-fi a pesar del
grosor de sus muros y quizá estudiar al fresco. Se oían también las campanadas
del reloj de la plaza…
Mi
compañero, después de disfrutar en las espléndidas tumbonas del gin-tonic casero
que yo preparaba con las cosas del mini bar, llegaba a oír doce campanadas, una
lo más. Es docente, un hombre formado para formar bien a otros y otras, y le
cuesta trasnochar. Pero yo, noctámbulo empedernido, llegaba hasta oír tres seguidas,
y ya, reticente pero disciplinado, iniciaba el mismo recorrido final:
Almenas del Parador de Zafra |
Después
de tanta gloria, como si de la propia vida se tratara, salía por la humildad
del baño y de una puerta que, debo informa a Antonio Prieto, si tiene la
amabilidad de hacer conmigo lo que yo hago con el: leerle, que ya no se
encasquilla.
Y
Después, en posición horizontal, imaginando más que viendo los escudos heráldicos,
coger la mano inerte y cálida, deseando que, esta vez, me dure su caricia tanto
como el Parador de Zafra.
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